La hormiga

Tomó una miga de bizcochuelo y comenzó su lenta procesión. Bajó del plato por su cara externa y recorrió el mantel florido hasta el borde de la mesa, siguiendo un sendero químico para nosotros invisible, dejado por sus colegas...

La hormiga

Tomó una miga de bizcochuelo y comenzó su lenta procesión. Bajó del plato por su cara externa y recorrió el mantel florido hasta el borde de la mesa, siguiendo un sendero químico para nosotros invisible, dejado por sus colegas. Se topó con una de ellas antes de bajar de la mesa, pero no intercambiaron saludos ni hablaron del clima. Según lo que le transmitió su compañera, no había rastros de peligro en el piso de parqué, y de hecho el gigante roncaba lejos de allí.

Cruzó por debajo la puerta y siguió por el patio de cemento. Con el mismo ritmo estoico e infatigable, pasó no tan lejos de donde dormía el perro, hasta llegar al pasto. ¡El verde, la naturaleza! Pero el camino que habían trazado sus hermanas se abría delante de ella, inconfundible. No había necesitado ayuda siquiera en su primer día, aunque tenía un capataz asignado.

Finalmente, llegó a la zona de depósito y dejó su carga, recibiendo nuevas órdenes. Estuvo unas horas más ayudando en la construcción de una extensión del nido. Faltaba poco, probablemente ya colocarían las ventanas la semana próxima. Un afiche rezaba:

Trabajá, relajate, encontrá colegas y oportunidades: el futuro del coworking está acá.

El afiche mostraba a unas hormigas descansando en un sillón, luego jugando al ping-pong, luego charlando animadamente con sus notebooks mientras un presentador señalaba unos gráficos proyectados en la pared. Los gráficos mostraban una contundente alza de algo, por supuesto.

La hormiga miró unos instantes el afiche, de izquierda a derecha porque ambiente relajado conduce a productividad, y encaró hacia su departamento.

Tras abrir la puerta y prender las luces, se desplomó en el sillón, arqueando hacia adelante su abdomen, y miró un capítulo de la serie escandinava de moda en netflix. La sucesión de luces y sonidos invadió la habitación. ¿Entendía algo de la compleja trama la hormiga? Su rostro no delataba ni el entendimiento, ni su ausencia.

Tras el final del capítulo, apagó la pantalla, sacó la cena de la heladera con algo de esfuerzo, y luchó como cada noche para sentarse en la silla, comprimiéndose y dejando sus patas suspendidas en una posición sumamente incómoda.

Comió en silencio, moviendo las antenas a intervalos regulares. ¿Pensaría en dejar su trabajo, en ser diseñadora gráfica freelancer, o en comprarse una silla ergonómica como había visto hacía poco en internet? ¿Le había gustado el capítulo? No hay forma de saberlo.

Terminó de comer, dejó el plato en la bacha y apagó la luz.