Esta herida has lavado, amigo mío

Esta herida has lavado, amigo mío

Esta herida has lavado, amigo mío,
con un paño y denuedo, y agua de río.
Altivo capitán me ha derribado
y he quedado a merced, tenue destino,
de mi hermano de alma y de batallas.

Si no hubieras ya oído el gris lamento,
aquí entre flores muertas, yo otra sería,
arrancada de cuajo, en lozanía.
Mas me has encontrado en gran tormento,
Y pruebas curas, pero, ay, en vano intentas!

Se en mi corazón que, aunque te esfuerces,
las heridas punzantes dejarán mella.
Ya no habrán para mí justas, ni lides,
ni amorosas reyertas; ay, pues, dejarme
morir debiste, Hilario, y aún no es tarde.

¿Cómo cosecha loa paladín cojo?
¿Cómo se baña al sol flor marchita?
¿Cómo atraerían abejas estos despojos?
¿He de sufrir torneos, los estandartes,
los equinos danzantes, cayado en mano?

¿O amargar dando a indemnes, verde de envidia,
plañideros consejos, cual gris menguado?
No será vida sino cruel caricia,
sostenerme mi sino en tal estado,
ser onerosa carga, y ya no héroe.

Escucho tus razones, querido Hilario:
proeza vuélvese eterna en voz de poeta,
la dicha de este reino ya es copla bella
más debe ser cargada, de boca en boca,
ignotos porvenires alcanzando ella.

Nuestro dorado reino tórnase en faro,
modelo de otros pueblos, de desdichados,
mas para que esto ocurra, no hay excusa,
debo dar fiel registro, así afirmas,
de batallas, romances y fechorías.

No se puede luchar en cruento duelo
y cantar versos a un tiempo, sería locura.
Unos logran honores con su bravura,
otros los narraremos en su provecho.
Y para ello hay que observar y estarse quieto.

Por tal motivo han sido ciegos y cojos
los cantores más célebres y habilidosos.
Los unos por tener memoria enorme,
los otros por pacientes y por atentos.
Pues poco ver se puede yendo al galope.

Cárgame ya al convento, Hilario mío,
para que estas heridas sean cicatrices,
el día de mañana; me has convencido.
Si me aguarda el bastón, no será afrenta,
no he de juzgar las dádivas de mi destino.