El pabellón y la fuente
Sabed, si por ventura sois esforzado caballero,
que has de escuchar y aplacar mi duro lamento
antes de beber de esta fuente. Tal es la costumbre
del curioso país en que te encuentras.
De haber visto mi pasado sosiego en maravilla estarías,
del justar, ir de aventuras, darse al romance,
tal como cabía para honrar en su medida
al áureo, y eterno, y por Arturo presidido, reino.
Vivía extasiado, de perderme, como en sueño,
Entre árboles danzantes y sombrías maravillas.
Besar la de Lanzarote mano hacía olvidar
cualquier inclemente vetuperio de la vida.
En alguna de mis fortuitas expediciones,
ciego a traiciones crueles y acechantes,
erré sin rumbo y di por perder el camino,
del todo rodeado por negros árboles.
Pero era y no era la misma la floresta,
Sino barro de hojas podridas por suelo,
Sino que mudo el canto de los pájaros,
Y por doquier, condena eterna sin consuelo.
Donde hubo viril mano, pujante energía,
Espadas, tronos, palafrenes y juegos,
Se agolpaban ahora ceniza informe, torpes huesos,
inútiles lastres de áureo imperio.
Sin juicio, corri en llanto y dando voces,
que más que voces, eran alaridos.
No alcanza vida para tan eterno duelo,
por este áureo imperio ya no imperecedero.
El funesto bosque con visión me ha agraviado,
Me ha revelado sino triste y quieto
Y cuando a esta fuente regresaba pavoroso,
Carcajadas y rebuznos y azotes me envolvieron.
Que este dulce mundo de perecer haya
Es visión que enloquece y que atormenta
De tal modo, en toda mano que beso,
no beso sino ceniza y hueso, por desdicha.
Habréis de sosegar a menguado, como yo, caballero,
Y nada sosiega a un corazón, como otro,
Que en concordia lo acompase. Así pues,
En mi pabellón, por esta noche, acompañadme.