Café des rêves perdus
En el Café des rêves perdus, Oropel siempre ocupaba la misma mesa. Con un cigarro entre los dedos índice y medio (fina manicura), y el diario abierto en una página al azar, ofrecía cada tarde sus reflexiones a quien estuviera dispuesto a escucharlas...
En el Café des rêves perdus, Oropel siempre ocupaba la misma mesa. Con un cigarro entre los dedos índice y medio (fina manicura), y el diario abierto en una página al azar, ofrecía cada tarde sus reflexiones a quien estuviera dispuesto a escucharlas:
"Hay que escribir como si la muerte te siguiera los pasos. Con la máquina de escribir eso se pierde, no se puede ver la ansiedad en la caligrafía, sentir el último estertor. Por eso compro directamente los manuscritos de los escritores, nada de imprenta..."
Por supuesto, íbamos a ese café precisamente por eso, pero Oropel reunía en torno suyo el auditorio más fiel y reincidente. Parecía que habitara él mismo una novela.
"Si todo texto es fatalmente una reflexión sobre el acto de escritura, esto significa que nuestros bailarines, soldados y mayordomos de tinta no son otra cosa más que el autor con una máscara. Eso significa... ¿Cómo se expresa realmente la reflexión profesional de un bailarín, de un cocinero, de una carpintera? ¿Existe en algún lado un plato, cuyo aroma sea el equivalente a un libro de ensayos? ¿Un suéter que al tacto se sienta como un tratado de doctrina filosófica? Oh! y..."
Todos íbamos, creo, para perdernos de nosotros mismos y vivir su fantasía un rato. Por algo el salón no tenía espejo alguno. La ausencia de ventanas era otro detalle muy considerado, ya que todos teníamos vidas públicas, y podíamos apreciar ese cuidado por la privacidad.
"Hay que nutrirse del mundo exterior, devorarlo, pero al final del camino, parir una novela es algo que debe hacerse en una habitación lo más desnuda e inhóspita posible. Cualquier comodidad, ya sea un gato, una estufa o un desayuno que no sea mendrugo, pueden ser los peores enemigos de un artista."
Al dejar esa nube de humo y ensoñación y salir a la calle, una fina capa de ironía y vergüenza se iba formando, mientras nos dirigíamos hacia nuestros cubículos y la realidad volvía a reinar.
Oropel duró 2 meses en Des Rêves Perdus antes de apagarse, tras lo cual sus dueños publicaron un aviso no muy sutil en el diario local.
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