El mago, el rey y el héroe

Hace unas semanas que tengo esta idea dando vueltas en mi cabeza, junto con la sensación de que en nuestro hobby la magia se ha diseñado y ejecutado incorrectamente, lo que en el proceso ha dejado a los guerreros, o a los mundanos, sin un lugar propio en las historias de aventuras.
Vamos al grano: el mago paga un precio por sus poderes, y dicho precio es el de no poder portar la corona del rey, ni la gloria del héroe. Hay una regla mística que estipula que la facultad de torcer las leyes de la realidad se pague con la prohibición de dirigir uno mismo los destinos de la humanidad.
En el juego de rol Kingdom, Ben Robbins establece una división tripartita de roles al interior de una comunidad que encuentro muy útil para explicar este fenómeno: alguien tiene la perspectiva, que podría ser el vidente, el consejero, o un analista según la época. Ese rol ve los efectos del poder, las consecuencias de los actos, lo que el futuro depara. Pero otro es el capitán, el que ejerce efectivamente dicho poder, el que toma decisiones transformadoras. El capitán no tiene perspectiva, no controla los efectos, y el vidente no tiene poder (hay un tercer rol, la piedra de toque o touchstone, que no viene a cuento de este artículo).
En este balance de roles, el mago es y debe ser el soporte de héroes, y la fantasía que ha formado los grandes arquetipos de magos así lo enseña: Gandalf acompaña y aconseja a los hobbits, pero las pruebas cruciales y las decisiones transformadoras no quedan en sus manos. No se queda el anillo él mismo. Saruman, que sí intenta gobernar y detentar el poder, es castigado por ello.

Merlín acompaña al Rey Arturo, lo ayuda en sus pruebas, y lo guía hacia la máxima gloria, pero nunca se le aparece la ambición de ocupar dicho lugar él mismo. El mismo poder que faculta a Merlín a dar predicciones tan certeras sobre el futuro del reino artúrico también le impone balizas a su intervención en dicho proceso.
En un juego de rol ideal, un mago sería un personaje de soporte del héroe, el jugador sería consciente de ese rol y lo ejercería como tal. Pero vivimos en una época marcada por la fiebre de protagonismo, que consecuentemente se traslada a la ficción que generamos y consumimos, y en particular al rol.
Más acá de esa observación general, en la especificidad del hobby, el mago y el guerrero han sido groseramente representados en las 5 décadas que llevamos tirando dados. El mago, en primer lugar, como un mero técnico que lleva en su planilla recuento de los hechizos memorizados, y que ha sido separado de sus funciones más adivinatorias, de su sabiduría. El guerrero, en segundo lugar, ha sido castrado de todo poderío y reducido a ser el personaje para principiantes, el bruto con armas.
El guerrero, o el héroe en general, debe ser otra cosa. Es el favorecido por el destino y por la suerte. Cuando todavía no ha triunfado, su fortaleza es su osadía, su capacidad para animarse a hazañas imposibles para otros, su suerte y su convicción.

Cuando ha triunfado y ha transformado el mundo, el guerrero o el héroe es quien está destinado a gobernarlo ya como rey. Una visión bastante ajena al devenir histórico de los juegos de rol, que fueron alejando más y más al guerrero de ser un émulo de Conan (o del Rey Arturo, o de Aragorn), y lo redujeron a un mero especialista marcial sin mayor vocación trascendente. Para colmo, ha sido en muchos juegos el guerrero justamente el más vulnerable contra el miedo y el peor dotado de capacidades para gobernar, quitando algunas excepciones felices como Apocalypse World, que reconoce que el poder está vinculado a la fuerza (a Hard, y no a Hot, como en el Hardholder, que gobierna su asentamiento).
Si me voy por las ramas, y para concluir, aventuraría que esta confusión de roles se sostiene porque vivimos en una época en la que el mago está mucho más apreciado que el guerrero, en memes y en la cultura digital en general. Nuestra existencia digital se presta a estimular la curiosidad, el sobreanálisis, el exceso de perspectiva, volviendo a los roles del juego Kingdom, y mucho menos al arrebato heroico o al acto transformador. Y ya cerrando esta conclusión floja en papeles, me retiro a continuar con mi doomscrolling dominical.
