¿El autor murió o no, entonces?
En el mundo de los juegos de rol, pero también en general en otras esferas culturales, surgen debates alrededor del viejo adagio de la muerte del autor...
En el mundo de los juegos de rol, pero también en general en otras esferas culturales, surgen debates alrededor del viejo adagio de la muerte del autor. De un lado, un autor problemático produce textos problemáticos, y no hay que consumir dichos textos. Del otro, el texto tiene una vida autónoma, su sentido no depende del autor, y debe ser apreciado por sí mismo. Voy a intentar sumar mi voz al tema, analizando ambos extremos.
Podemos afirmar con cierta comodidad que, rutinariamente, un autor expresa su ideología a través de sus textos: un texto producido por una persona racista o machista seguramente destile racismo/machismo, a veces incluso sin que su autor lo decida conscientemente. Dado que no disponemos de tiempo infinito para valorar cada texto en sí mismo, afiliarlo a su autor (o editorial) es una buena forma de filtrar y preseleccionar lo que vamos a fagocitar. Pero...
Esta filiación no es tan directa y simple. En ella se expresan muchas veces circunstancias azarosas, y la intención paterna se deforma al volverse texto, y el texto desafía a su padre-autor, estableciendo nuevas relaciones y sentidos. Otras veces, con el paso del tiempo el texto llega a interactuar con consumidores nuevos, en un nuevo contexto, que dan un nuevo sentido al objeto. La atribución al padre puede servir para el consumo rutinario, pero se pierde las anomalías. ¿Podemos desprender al Cristo de Borja de las intenciones e ideología de su productora, realmente? Por hiperbólico que sea este ejemplo, nos revela una propiedad subyacente a todo producto cultural (sea juego de rol, película, cuadro o canción).
Desviándome un poco, ¿es realmente el autor el arquitecto absoluto de un texto? Se podría decir que todo productor opera con materiales que le son ajenos, con signos que tienen su propia historia y tradiciones que no le son propias. Si el productor puede atribuirse el ensamblaje de un texto, los materiales provienen de tradiciones diversas, del contexto de la época y de discursos que circulan por el cuerpo social: hay que desarmar esa noción del diseñador produciendo directamente desde su genio en aislamiento del mundo. Esto es todavía más válido para juegos de rol, que son, con toda suerte, la mitad del esqueleto de un juego, la otra mitad generada por el grupo durante la sesión.
Otro problema que veo en reforzar la paternidad de un texto es que es muy fácil llevar al terreno de la moral nuestro consumo, regirlo por máximas universales y esencialistas. Si un pecado moral transforma a un productor en problemático y su producción pasada también es cuestionada, pareciera sugerirse que este productor es por esencia problemático, y que tenemos que interactuar únicamente con lo que lleve el sello de aprobación de la buena consciencia. ¿Aplica acá, aquello de que no existe consumo ético bajo el capitalismo?
Como nota al margen: por supuesto, frente a problemas más concretos como no hacer llegar un peso al bolsillo de un sorete, contamos con la ayuda de la piratería, que en casos de autores problemáticos es hasta necesaria.
A modo de conclusión, a grandes rasgos preguntar por el autor (o la editorial) es una buena forma de separar la paja del trigo, pero hay que tener cuidado de caer en universalismos y máximas que nos pueden hacer perder de vista lo que se oculta en los resquicios, ya que allí muchas veces están las anomalías y rarezas que pueden hacer historia.